Será preciso que el psicoanalista pague el precio por su inaudita tentativa de establecer su campo en un lugar distinto al de Sade. Ese precio tiene un nombre: el fantasma. El acontecimiento Sade exigía que éste perdiera su supuesta supremacía, y no solamente en psicoanálisis. Lacan se dedicó a ello. Aunque más bien discretamente, hasta el punto de titular su estudio casi a la inversa de lo que éste indicaba.
De allí los malentendidos de los que no ha dejado de ser objeto “Kant con Sade”. Es cierto que al no ser publicado nunca en su lugar, la letra misma de ese escrito se había vuelto prácticamente inaccesible, tanto debían variar sus sucesivas versiones (1963,1966, y también con posterioridad).
Kant no está con Sade sino el tiempo para darse cuenta de que la máxima sadiana (que es obra de Lacan) “más honesta”, descarta la reciprocidad. Con el instrumento Sade, cae más de una sospecha sobre Kant.
¿Qué le sucede luego a ese Sade sin Kant? Señalando que la producción de la obra sadiana fue hecha posible debido a que en su vida Sade había pasado más allá de los límites constitutivos de su fantasma, Lacan intenta subrayar que esa vida estaba regida por el rigor de su pensamiento. Tácitamente, Lacan se acerca entonces a la lectura soberanista de Sade propuesta por Bataille, luego por Blanchot –aunque pronto se aparta de ella.
Asimilar la vida y la obra de Sade fue la operación constitutiva del sadismo. Notoriamente, no se habla del sadismo en “Kant con Sade”. Ni de perversión.
Leída por Lacan, la obra de Sade se puede situar dentro de “los bastidores de la ética cristiana”. Sin embargo, por haber pasado más allá, su vida no deja de encontrar otro límite. No “lo bastante cercano a su propia malignidad para encontrar en ella a su prójimo”, Sade arroja sobre el Otro el dolor de existir. Lo que implica un Otro existente, no barrado. Sade se enfrenta a una ley (“patológica” en el sentido de Kant), en la voluntad de goce de la Presidenta de Montreuil, y no al deseo. A la manera sadiana, Lacan escribe: “V…ée [léase : verolée (sifilizada)] y cosida, la madre sigue estando prohibida”. O sea: “Sade, un esfuerzo más si quiere ser sadiano”.
Con todo esto, no se alude “verdaderamente a un tratado del deseo” ni tampoco a ” lo que le falta a Sade”. El llamado adalid de la falta, prologuista descartado de La filosofía en el tocador, se prohibió escribir en 1963 lo que hubiera sido un tratado del deseo sadiano. No del todo, sin embargo.